lunes, 10 de junio de 2013

Relojeros de Cámara del Rey Fernando VII


Los datos históricos de esta introducción se deben, en buena parte, a la labor de investigación realizada por Paulina Junquera de Vega, Luis Montañés Fontela, junto con otros autores, y al archivo personal del propio autor.

Es copia literal de un estudio de investigación editado por el -Centro Virtual Cervantes- y que nos acerca un poco más a la relevancia que tuvo la relojería en España, por tanto forma parte de la historia y de nuestra cultura  es además la antesala de futuras exposiciones en cuanto al tema a tratar, pues siempre hemos de aprender del pasado para proyectar un futuro.



Al iniciar su reinado Fernando VII en 1814, aceptó la usual plantilla de cuatro Relojeros de Cámara: Félix Bausac, Camilo Fernández Perea, Francisco Ribera y Manuel de Rivas.
De este último periodo mencionado se conocen los siguientes artífices: Blas Muñoz, Relojero del Real Observatorio de la Marina de San Fernando desde 1806, se le nombra, en 1818, Relojero de Cámara de la Reina Doña Isabel de Braganza; José Jiménez «El Avilés», ayudante de Félix Bausac, fue Relojero de Cámara en 1823; Jerónimo Woolls, hijo de Juan José, con motivo de instalarse en el Palacio Real de Madrid Doña María Teresa de Braganza y Borbón, Princesa de Beira, se le nombra Relojero de Cámara y maestro de torno de su bijo, el Infante Don Sebastián; Narciso Rubio y Juan Antonio Laplaza, Relojeros de Cámara en 1832; José Antonio Matthey, de Madrid, fue Relojero de la Reina Gobernadora Doña María Cristina, en 1834, y de Doña Isabel II, en 1844; José Mejía, natural de Sevilla, fue Relojero de Cámara en 1834; Pedro Garzón, de Barcelona, recibió los honores y el uniforme de Relojero de Cámara en 1844. En el mismo año fue nombrado Relojero de la Real Casa Pascual Rubio, artífice de Madrid. Finalmente, en 1849, José Hoffmeyer y Jiménez es nombrado Relojero Real.
Recorrido el siglo XIX, por lo menos hasta su ecuador, la tecnología relojera alcanza su más alta cúspide a costa de cierta frialdad, que será en adelante irreversible algidez. Al fugaz segundo se le arrancan fracciones inimaginables y las tolerancias se reducen a límites insospechados. Cada rueda es una joya; cada piñón, cada tornillo, una filigrana. Nunca tantos debieron tanto a tan poco, pues a la vuelta de la esquina se halla el reloj al alcance de todos, y para siempre.
 

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