lunes, 10 de junio de 2013

Colección Real S.XVII Y XVII






Los datos históricos de esta introducción se deben, en buena parte, a la labor de investigación realizada por Paulina Junquera de Vega, Luis Montañés Fontela, junto con otros autores, y al archivo personal del propio autor.

Es copia literal de un estudio de investigación editado por el -Centro Virtual Cervantes- y que nos acerca un poco más a la relevancia que tuvo la relojería en España, por tanto forma parte de la historia y de nuestra cultura  es además la antesala de futuras exposiciones en cuanto al tema a tratar, pues siempre hemos de aprender del pasado para proyectar un futuro.


Siglos XVII y XVIII

En el siglo XVII la colección Real se acrecentó con la adquisición de piezas de gran interés que la testamentería de Carlos II nos describe. Algunas de ellas importadas de París, Inglaterra, Alemania y Nápoles.
El advenimiento de la nueva dinastía coincide con el siglo de las luces, y con el definitivo espaldarazo científico de la relojería. Tras el minuto, conquistado por el péndulo, se persigue afanosamente el segundo a través de escapes cada vez más libres, la reducción de roces y compensaciones térmicas.
Es la gran era de la ciencia relojera, de la técnica arropada por las artes llamadas aplicadas. Del esplendor, la opulencia, calidad y belleza. El buen gusto aliado al «saber vivir», al disfrute de la elegancia en los interiores, finalmente a medida del hombre. Pero el factor básico se debe al tan vilipendiado sistema gremial, que supedita hasta la Revolución Francesa toda actividad artesana.
Es tal su severidad de criterio y exigencia, que garantiza un nivel de calidad realmente incomprensible hoy en día. Por ejemplo, «La Compañía Inglesa de Relojeros», fundada en 1631 por el Rey Carlos I, se reservaba el derecho a perseguir y destruir por la fuerza aquellas piezas de nivel insuficiente, para proteger al público de personas «que construyan, vendan, compren, transporten o importen, cualquier reloj, cuadrante solar, despertador, caja o estuche de mala o insuficiente calidad...».
Al reloj se le exige ya que sea bueno, bonito y... divertido; que el repiqueteo de las horas sea una armonía; las grandes sonerías, un recital; los organillos, una orquesta, y que los autómatas se agiten, bailen, trinen o actúen.
En España, el siglo XVIII comienza con la llegada a la Corte de Felipe V, nieto del Rey de Francia Luis XIV y primer Monarca de la dinastía de Borbón. Con su llegada se produce un florecimiento de las artes decorativas e industriales, que se acrecienta a lo largo de todo este siglo. Así se crea la Real Fábrica de Tapices, perdurable hasta nuestros días, y la Escuela-Fábrica de Relojería de San Bernardino, bajo la dirección del relojero francés Bourgois.
En épocas posteriores, artífices españoles, cuando solicitan el preciado nombramiento de Relojeros de Cámara, alegan como mérito haber realizado sus estudios en esta Escuela. Fue precedente de la que en el reinado de Carlos III se estableció en la calle de Barquillo, bajo la dirección de los hermanos Charost. Ambas escuelas fueron lugar de aprendizaje de los más renombrados relojeros de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX.

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