España en la segunda mitad del siglo XVI
era un país rico y próspero en el que el comercio trasatlántico dejaba entrever
lucrativas posibilidades de éxito. Los sueños más insensatos de
enriquecimiento, los ejemplos tan fulgurantes como efímeros de ascensión
social, habían atraído a mercaderes y a su zaga a artesanos, vendedores y ambulantes,
trabajadores urbanos o rurales y aventureros venidos para probar fortuna en la
Península. La paz que reinaba dentro de sus fronteras había hecho de España el
lugar
de refugio para ciertas poblaciones
europeas que huían de los desastres de las guerras o de la miseria.
Debió
ser una época de enorme intercambio de
conocimientos en relojería, conocimientos que también fueron traspasados a Francia,
podemos decir que varios nombres aparecidos en documentación de los archivos,
fueron de estas épocas, nombres que se repiten en algún reloj de torre colocado en el sur de Francia, incluso en
Inglaterra
Pero estos sueños insensatos también
pasaron factura en el desarrollo de la industria de la relojería, pues a la mayor parte de las piezas eran
importadas, dado que resultaba más atractivo
a la nobleza, que en definitiva eran los que podían costearse tales
piezas.
Así
que poco a poco
estos gremios de nuestros artesanos relojeros
fueron concentrando el monopolio de sus oficios; y la mayor
concentración se produjo en la zona del Jura, zona montañosa entre Francia y
Suiza
En definitiva el siglo XVI y comienzos del XVII,
solo sobrevivían en Europa los Gremios de Artesanos que tomaron la decisión de
transformarse en asociaciones económicas sectoriales. Durante todo el siglo XIV
se observa a los gremios artesanales más pobres caer bajo el dominio de una
Guilda de mercaderes. El monopolio de los gremios de artesanos comienza a
decaer con el advenimiento del capitalismo como nuevo sistema económico que
permite la producción a mayor escala, favoreciéndose de paso la creación de más
canales de distribución y nuevas técnicas impulsadas por la mayor competencia
entre los diferentes mercados.
Los Gremios de Artesanos fueron desapareciendo, o sobreviviendo al incorporar a nuevos miembros que sin ser operarios del Oficio respectivo, sí desempeñaban labores, profesiones u oficios relacionados con el objeto inicial, comienzan a cumplir el papel de empresarios capitalistas.
Con el
decaimiento de los gremios a finales del siglo XVII proliferan las Academias;
la influencia de los ilustrados en el siguiente siglo XVIII no apunta a una
educación universal con fines meramente altruistas, sino que lo que se buscaba
era la especialización del artesano y así poder estandarizar el nivel de productos,
generando con ello un valor agregado a la obra y poder ofrecerla como moneda de
cambio internacional
En España
la modificación más importante respecto a las academias y escuelas se produjo
en el siglo XVII, coincidiendo con los centros corporativos de todos los artistas, instituciones creadas
por ellos mismos y para atender sus propias necesidades profesionales, pero la
situación fue sustancialmente modificada pues muchos proyectos academicistas eran rechazados por encontrarse
enfrentados entre el último eslabón de
la forma de academicismo barroco en la corte.
Una cuestión que tenemos que tener en cuenta, fueron los debates sucesivos
en las principales coronas europeas, sobre si los fines debían ser la
glorificación del estado personificado por los reyes Estos se sirvieron de la academia para ejercer un
control sobre las artes, en el caso español se añade también la arquitectura- con
vistas a sus propios fines políticos. El objetivo último de la maquinaria
borbónica fue situar a los artistas al servicio del Estado o, en otras
palabras, funcionalizar su actividad,
convirtiéndolos en empleados del real erario
La
interferencia del poder político en asuntos internos de las Academias
fue una constante a lo largo de todo el período. Y eso fue así, a pesar de que
la concepción del arte como objeto susceptible de ser instrumentalizado
políticamente, sufrió una importante modificación a partir de la entrada de los
ilustrados. Se ha comentado ya el procedimiento utilizado por el primer Borbón
para servirse del arte como elemento de propaganda sobre su persona y el
sistema político que él encarnaba. En esta situación, el arte se concibe como
un instrumento al servicio del monarca, dentro de un sistema político en el que
se percibe una total identificación rey-reino.
La modificación más importante introducida por los ilustrados en este procedimiento consistió en el interés manifestado en convertir la producción artística no ya en un objeto de propaganda al servicio del monarca, sino en un objeto de propaganda al servicio del Estado, incluyendo la figura regia como un elemento más del aparato político de la monarquía: el primer funcionario del Estado.
En este orden de cosas se explica
perfectamente el asalto al poder de una institución tan rentable desde un punto
de vista político por parte de los nobles, los ilustrados y el propio monarca;
por último la frustración de los artistas y artesanos, que vieron cómo se
perdía la oportunidad de contar con una institución plenamente representativa
de su profesión dignificada.
La puesta en práctica de este modelo de funcionamiento teórico constituyó una labor altamente laboriosa, como lo demuestran por ejemplo los sucesivos proyectos de estatutos redactados para la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando a lo largo del siglo: y otro de datación indefinida redactado durante el reinado de Carlos III Todos ellos configuraban modelos de instituciones diferentes, que ponían de manifiesto , la lucha por el poder y la evolución del concepto académico; fueron, precisamente, las ideas ilustradas las que finalmente modelaron el carácter de estas instituciones académicas.
En esta época se consideró socialmente inaceptable la existencia de una institución sufragada por el real erario, cuyos beneficios recayeran exclusivamente sobre un solo colectivo laboral -el de los artistas- y no sobre el conjunto de la sociedad, introduciendo, con ello, una de las ideas básicas de la filosofía ilustrada: la utilidad pública. En función de esta idea los reformadores convirtieron la Academia en centros formativos de artistas, ingenieros y artesanos. La restricción de academia a escuela es plenamente consecuente con sus afanes regeneradores de la conducta popular, ya que con ello se pretende limitar otras funciones plenamente académicas. Algunas de éstas, como la defensa de los intereses corporativos. Así es como se rompe definitivamente los intereses de los propios artistas y artesanos, dado que en los discursos finales nunca participaban, sino que lo hacían personajes ajenos a la práctica artística
Esta norma se cumplió rigurosamente durante todo el siglo. Efectivamente, quizás sea el referido concepto de utilidad pública el que marcó de forma más determinante el futuro del academicismo español del siglo XVIII. Porque, a los ojos de la época resultaba realmente difícil justificar la utilidad práctica de las bellas artes, consideradas como elementos de adorno o boato y, por lo tanto, superfluos e improductivos. Partiendo de este punto los Ilustrados se plantearon la necesidad de rentabilizar estas instituciones, en el sentido de encontrar una vertiente realmente útil, que resultó ser la inclusión de artesanos en su seno, con el fin de que instruyesen en los primeros estadios del estudio académico. La justificación de esta trascendental decisión tiene motivaciones económicas, puesto que de esta forma, los artesanos mejorarían su cualificación profesional, produciendo mejores manufacturas que pudieran enfrentarse en pie de igualdad a la potente competencia exterior.
Todo coincide con el siglo de las luces, y con
el definitivo espaldarazo científico de la relojería. Tras el minuto,
conquistado por el péndulo, se persigue afanosamente el segundo a través de
escapes cada vez más libres, la reducción de roces y compensaciones térmicas.
Es la gran era de la ciencia relojera, de la técnica unida a las artes llamadas aplicadas. La opulencia,
calidad y belleza.. Pero el factor básico se debe como hemos explicado al tan vilipendiado e incipiente decadencia del sistema gremial, que supedita hasta la
Revolución Francesa toda actividad artesana.
Por
otro lado el fracaso de la Real Fábrica
de Relojería, dirigida por el presbítero Vicente Sion y con Abrabam Matthey
pudo deberse a dos factores: el primero sería el pensamiento academicista de
los ilustrados y por otro la aprobación de un proyecto que ya no coincidía con
los tiempos.
En
resumidas cuentas a lo largo del siglo XVIII estos gremios eran una
institución de carácter feudal ya muy debilitados y fueron desapareciendo
siendo sustituidos por la iniciativa privada, la libertad de industria y
comercio propios del capitalismo
En España
como en el resto de Europa se establecieron centros o academias de relojería
con fines diferentes, que derivarían más en el aprendizaje de un oficio para
fines meramente industriales
Los intentos
por crear esta industria Española fracasaron; por un lado, los proyectos
presentados para la creación de Escuelas – Fabricas, no dieron sus frutos (cuestión que analizaremos), por otro durante
las épocas de riquezas sin mesura gracias a los ingresos obtenidos durante la
épocas de la colonización, sirvieron más para las compras en el exterior de
Europa que para especializarse en
industrias propias, perdiendo así un gran potencial que venía cultivándose
desde tiempos remotos
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