martes, 25 de junio de 2013

Academias de Relojeria en la España del XVIII




España en la segunda mitad del siglo XVI era un país rico y próspero en el que el comercio trasatlántico dejaba entrever lucrativas posibilidades de éxito. Los sueños más insensatos de enriquecimiento, los ejemplos tan fulgurantes como efímeros de ascensión social, habían atraído a mercaderes y a su zaga a artesanos, vendedores y ambulantes, trabajadores urbanos o rurales y aventureros venidos para probar fortuna en la Península. La paz que reinaba dentro de sus fronteras había hecho de España el lugar
de refugio para ciertas poblaciones europeas que huían de los desastres de las guerras o de la miseria.
 Debió ser una época de enorme intercambio  de conocimientos en relojería, conocimientos que también fueron traspasados a Francia, podemos decir que varios nombres aparecidos en documentación de los archivos, fueron de estas épocas, nombres que se repiten en algún reloj de torre  colocado en el sur de Francia, incluso en Inglaterra

Pero estos sueños insensatos también pasaron factura en el desarrollo de la industria de la relojería, pues  a la mayor parte de las piezas eran importadas, dado que resultaba más atractivo  a la nobleza, que en definitiva eran los que podían costearse tales piezas.

 Así que poco a poco estos gremios de nuestros artesanos relojeros  fueron concentrando el monopolio de sus oficios; y la mayor concentración se produjo en la zona del Jura, zona montañosa entre Francia y Suiza

  En definitiva el siglo XVI y comienzos del XVII, solo sobrevivían en Europa los Gremios de Artesanos que tomaron la decisión de transformarse en asociaciones económicas sectoriales. Durante todo el siglo XIV se observa a los gremios artesanales más pobres caer bajo el dominio de una Guilda de mercaderes. El monopolio de los gremios de artesanos comienza a decaer con el advenimiento del capitalismo como nuevo sistema económico que permite la producción a mayor escala, favoreciéndose de paso la creación de más canales de distribución y nuevas técnicas impulsadas por la mayor competencia entre los diferentes mercados.

Los Gremios de Artesanos fueron desapareciendo, o sobreviviendo al incorporar a nuevos miembros que sin ser operarios del Oficio respectivo, sí desempeñaban labores, profesiones u oficios relacionados con el objeto inicial, comienzan a cumplir el papel de empresarios capitalistas.

Con  el decaimiento de los gremios a finales del siglo XVII proliferan las Academias; la influencia de los ilustrados en el siguiente siglo XVIII no apunta a una educación universal con fines meramente altruistas, sino que lo que se buscaba era la especialización del artesano y así poder estandarizar el nivel de productos, generando con ello un valor agregado a la obra y poder ofrecerla como moneda de cambio internacional



En España la modificación más importante respecto a las academias y escuelas se produjo en el siglo XVII, coincidiendo con los centros corporativos  de todos los artistas, instituciones creadas por ellos mismos y para atender sus propias necesidades profesionales, pero la situación fue sustancialmente modificada pues muchos proyectos  academicistas eran rechazados por encontrarse enfrentados  entre el último eslabón de la forma de academicismo barroco en la corte.
Una cuestión que tenemos que tener en cuenta, fueron los debates sucesivos en las principales coronas europeas, sobre si los fines debían ser la glorificación del estado personificado por los reyes Estos  se sirvieron de la academia para ejercer un control sobre las artes, en el caso español se añade también la arquitectura- con vistas a sus propios fines políticos. El objetivo último de la maquinaria borbónica fue situar a los artistas al servicio del Estado o, en otras palabras, funcionalizar  su actividad, convirtiéndolos en empleados del real erario
La interferencia del poder político en asuntos internos de las Academias fue una constante a lo largo de todo el período. Y eso fue así, a pesar de que la concepción del arte como objeto susceptible de ser instrumentalizado políticamente, sufrió una importante modificación a partir de la entrada de los ilustrados. Se ha comentado ya el procedimiento utilizado por el primer Borbón para servirse del arte como elemento de propaganda sobre su persona y el sistema político que él encarnaba. En esta situación, el arte se concibe como un instrumento al servicio del monarca, dentro de un sistema político en el que se percibe una total identificación rey-reino.

La modificación más importante introducida por los ilustrados en este procedimiento consistió en el interés manifestado en convertir la producción artística no ya en un objeto de propaganda al servicio del monarca, sino en un objeto de propaganda al servicio del Estado, incluyendo la figura regia como un elemento más del aparato político de la monarquía: el primer funcionario del Estado.
 En este orden de cosas se explica perfectamente el asalto al poder de una institución tan rentable desde un punto de vista político por parte de los nobles, los ilustrados y el propio monarca; por último la frustración de los artistas y artesanos, que vieron cómo se perdía la oportunidad de contar con una institución plenamente representativa de su profesión dignificada.

La puesta en práctica de este modelo de funcionamiento teórico constituyó una labor altamente laboriosa, como lo demuestran por ejemplo  los sucesivos proyectos de estatutos redactados para la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando a lo largo del siglo:  y otro de datación indefinida redactado durante el reinado de Carlos III Todos ellos configuraban   modelos de instituciones diferentes, que ponían  de manifiesto , la lucha por el poder y la evolución del concepto académico; fueron, precisamente, las ideas ilustradas las que finalmente modelaron el carácter de estas instituciones académicas. 



 En esta época se consideró socialmente inaceptable la existencia de una institución sufragada por el real erario, cuyos beneficios recayeran exclusivamente sobre un solo colectivo laboral -el de los artistas- y no sobre el conjunto de la sociedad, introduciendo, con ello, una de las ideas básicas de la filosofía ilustrada: la utilidad pública. En función de esta idea los reformadores convirtieron la Academia  en centros formativos de artistas, ingenieros y artesanos. La restricción de academia a escuela es plenamente consecuente con sus afanes regeneradores de la conducta popular, ya que con ello se pretende limitar otras funciones plenamente académicas. Algunas de éstas, como la defensa de los intereses corporativos. Así es como se rompe definitivamente los intereses de los propios artistas y artesanos, dado que en los discursos finales nunca participaban, sino que lo hacían personajes ajenos a la práctica artística

Esta norma se cumplió rigurosamente durante todo el siglo. Efectivamente, quizás sea el referido concepto de utilidad pública el que marcó de forma más determinante el futuro del academicismo español del siglo XVIII. Porque, a los ojos de la época resultaba realmente difícil justificar la utilidad práctica de las bellas artes, consideradas como elementos de adorno o boato y, por lo tanto, superfluos e improductivos. Partiendo de este punto los Ilustrados se plantearon la necesidad de rentabilizar estas instituciones, en el sentido de encontrar una vertiente realmente útil, que resultó ser la inclusión de artesanos en su seno, con el fin de que instruyesen en los primeros estadios del estudio académico. La justificación de esta trascendental decisión tiene motivaciones económicas, puesto que de esta forma, los artesanos mejorarían su cualificación profesional, produciendo mejores manufacturas que pudieran enfrentarse en pie de igualdad a la potente competencia exterior.


 Todo coincide con el siglo de las luces, y con el definitivo espaldarazo científico de la relojería. Tras el minuto, conquistado por el péndulo, se persigue afanosamente el segundo a través de escapes cada vez más libres, la reducción de roces y compensaciones térmicas. Es la gran era de la ciencia relojera, de la técnica unida  a las artes llamadas aplicadas. La opulencia, calidad y belleza.. Pero el factor básico se debe  como hemos explicado al tan vilipendiado  e incipiente decadencia del  sistema gremial, que supedita hasta la Revolución Francesa toda actividad artesana.
Por otro lado el fracaso de  la Real Fábrica de Relojería, dirigida por el presbítero Vicente Sion y con Abrabam Matthey pudo deberse a dos factores: el primero sería el pensamiento academicista de los ilustrados y por otro la aprobación de un proyecto que ya no coincidía con los tiempos.
En resumidas cuentas a lo largo del siglo XVIII estos gremios eran una institución de carácter feudal ya muy debilitados y fueron desapareciendo siendo sustituidos por la iniciativa privada, la libertad de industria y comercio propios del capitalismo
En España como en el resto de Europa se establecieron centros o academias de relojería con fines diferentes, que derivarían más en el aprendizaje de un oficio para fines meramente industriales  


Los intentos por crear esta industria Española  fracasaron; por un lado, los proyectos presentados para la creación de Escuelas – Fabricas, no dieron sus frutos  (cuestión que analizaremos), por otro durante las épocas de riquezas sin mesura gracias a los ingresos obtenidos durante la épocas de la colonización, sirvieron más para las compras en el exterior de Europa que para especializarse  en industrias propias, perdiendo así un gran potencial que venía cultivándose desde tiempos remotos




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